Fuego
en el altar
Cuando Dios
sacó al pueblo de Israel de la tierra de Egipto fue muy claro al decirles que
si ellos obedecieran atentamente a sus preceptos, El los construiría en un reino de sacerdotes:” Ahora pues, si diereis oído a mi
voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi [especial] tesoro sobre todos
los pueblos; porque mía [es] toda la tierra. Y vosotros seréis mi reino de
sacerdotes, y gente santa.(Ex.19:5-6).
El Apóstol
Pedro en su primera epístola nos dice:” vosotros también,
como piedras vivas, sed
edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales
aceptables a Dios por medio de Jesucristo”. (1Pe.2:5) Por lo tanto, las
Escrituras identifican a cada creyente como un sacerdote.
En Levítico 6, desde el verso 8 al 13, encontramos
lo siguiente:” Habló
aún Jehová a Moisés, diciendo:” Manda a
Aarón y a sus hijos, y diles: Esta es la
ley del holocausto: el holocausto estará
sobre el fuego encendido sobre el altar toda la noche, hasta la mañana; el fuego del altar arderá en él. Y el
sacerdote se pondrá su vestidura de lino,
y vestirá calzoncillos de lino sobre su cuerpo; y cuando el fuego hubiere consumido el
holocausto, apartará él las cenizas de
sobre el altar, y las pondrá junto al
altar. Después se quitará sus vestiduras
y se pondrá otras ropas, y sacará las
cenizas fuera del campamento a un lugar limpio. Y el fuego encendido sobre el
altar no se apagará, sino que el
sacerdote pondrá en él leña cada mañana,
y acomodará el holocausto sobre él,
y quemará sobre él las grosuras de los sacrificios de paz. El fuego
arderá continuamente en el altar; no se
apagará”.
Las
Escrituras nos enseñan por medio de éste pasaje, una de las muchas obligaciones
de los sacerdotes. Dios les había indicado claramente, que el fuego en el altar
nunca debía de apagarse, éste debía arder constantemente, por lo tanto,
decimos, que la suprema obligación de los sacerdotes era hacer que ese fuego se
mantuviera ardiendo.
Al analizar la responsabilidad de los sacerdotes,
podemos inferir las siguientes verdades:
1.
Ésta responsabilidad
era intransferible.- Es decir, ellos no la podían delegar a terceras personas.
Dios había sido claro, la responsabilidad era exclusivamente de ellos. Si ´el
fuego se hubiera apagado, ellos no podían ni debían de culpar a otros, pues
repito, la responsabilidad era solo de los sacerdotes.
2.
Ellos debían de ser
diligentes en cuidado de ese fuego, que según las Escrituras había descendido
del cielo de Dios.
3.
Ellos debían de proveer
la leña para mantenerlo vivo, es decir, debían de ir al campo y recoger la
provisión suficiente para mantenerla encendida.
4.
Debían de retirar la
ceniza diariamente, so lo encontramos en el verso 10. La ceniza en el altar
sería un grave obstáculo para que el fuego se mantuviera encendido. Ésta
responsabilidad también era diaria, pues hubiese sido funesto haberla dejado
acumular y retirarla semanal o mensualmente.
Estas responsabilidades de los sacerdotes tienen
aplicaciones espirituales para nuestras vidas:
1.
Nosotros como
sacerdotes del Señor tenemos también la enorme responsabilidad de mantener el
fuego de Dios encendido en nuestro altar espiritual. La responsabilidad es
absolutamente nuestra. Ésta responsabilidad no la podemos transferir a terceras
personas, ni mucho menos, podemos culpar a otros de nuestra situación
espiritual. La responsabilidad es nuestra, no de nuestros líderes, pastores,
esposas, esposos, tanto usted como yo, tenemos ésta solemne responsabilidad de
velar porque el fuego de Dios no se apague en nosotros.
2.
Para mantener éste fuego encendido, debemos de ser
diligentes en los asuntos espirituales, diligentes en la oración, en el estudio
diario de la Palabra de Dios, en asistir a la congregación, el Apóstol Pablo
nos dice que en lo que requiere diligencia debemos de ser fervientes en el
Espíritu.
3.
Debemos de meterle leña
a nuestro altar. Cada vez que nos dedicamos a leer las Escrituras, a escuchar
una predicación o escuchamos alabanzas, estamos motivándonos para mantener el
fuego encendido en nuestras vidas. Las Escrituras nos dicen que debemos de
motivarnos a nosotros mismo, en una ocasión, David estaba desmotivado, pero el
habla con su alma y le dice en el Salmo 103:” Bendice,
alma mía, a Jehová, Y bendiga
todo mi ser su santo nombre. Bendice,
alma mía, a Jehová, Y no olvides ninguno de sus beneficios. Él es
quien perdona todas tus iniquidades, El
que sana todas tus dolencias; Él que rescata del hoyo tu vida, El que te corona de favores y misericordias;
Él que sacia de bien tu boca De modo que
te rejuvenezcas como el águila”.
Finalmente, Pablo le dice a Timoteo “Por lo cual te aconsejo que avives
el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis
manos”(2Tim.1:6). Esta responsabilidad es nuestra, nosotros somos los llamados
a avivar el fuego de Dios en nosotros.Lcdo. José Piza Nivela-
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