viernes, 5 de junio de 2015

Fuego en el altar
 Cuando Dios sacó al pueblo de Israel de la tierra de Egipto fue muy claro al decirles que si ellos obedecieran atentamente a sus preceptos, El  los construiría en un reino de sacerdotes:” Ahora pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi [especial] tesoro sobre todos los pueblos; porque mía [es] toda la tierra. Y vosotros seréis mi reino de sacerdotes, y gente santa.(Ex.19:5-6).
 El Apóstol Pedro en su primera epístola nos dice:” vosotros también,  como piedras vivas,  sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo,  para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo”. (1Pe.2:5) Por lo tanto, las Escrituras identifican a cada creyente como un sacerdote.
En Levítico 6, desde el verso 8 al 13, encontramos lo siguiente:” Habló aún Jehová a Moisés,  diciendo:” Manda a Aarón y a sus hijos,  y diles: Esta es la ley del holocausto:  el holocausto estará sobre el fuego encendido sobre el altar toda la noche,  hasta la mañana;  el fuego del altar arderá en él. Y el sacerdote se pondrá su vestidura de lino,  y vestirá calzoncillos de lino sobre su cuerpo;  y cuando el fuego hubiere consumido el holocausto,  apartará él las cenizas de sobre el altar,  y las pondrá junto al altar.  Después se quitará sus vestiduras y se pondrá otras ropas,  y sacará las cenizas fuera del campamento a un lugar limpio. Y el fuego encendido sobre el altar no se apagará,  sino que el sacerdote pondrá en él leña cada mañana,  y acomodará el holocausto sobre él,  y quemará sobre él las grosuras de los sacrificios de paz. El fuego arderá continuamente en el altar;  no se apagará”.
 Las Escrituras nos enseñan por medio de éste pasaje, una de las muchas obligaciones de los sacerdotes. Dios les había indicado claramente, que el fuego en el altar nunca debía de apagarse, éste debía arder constantemente, por lo tanto, decimos, que la suprema obligación de los sacerdotes era hacer que ese fuego se mantuviera ardiendo.
Al analizar la responsabilidad de los sacerdotes, podemos inferir  las siguientes verdades:
1.      Ésta responsabilidad era intransferible.- Es decir, ellos no la podían delegar a terceras personas. Dios había sido claro, la responsabilidad era exclusivamente de ellos. Si ´el fuego se hubiera apagado, ellos no podían ni debían de culpar a otros, pues repito, la responsabilidad era solo de los sacerdotes.
2.      Ellos debían de ser diligentes en cuidado de ese fuego, que según las Escrituras había descendido del cielo de Dios.
3.      Ellos debían de proveer la leña para mantenerlo vivo, es decir, debían de ir al campo y recoger la provisión suficiente para mantenerla encendida.
4.      Debían de retirar la ceniza diariamente, so lo encontramos en el verso 10. La ceniza en el altar sería un grave obstáculo para que el fuego se mantuviera encendido. Ésta responsabilidad también era diaria, pues hubiese sido funesto haberla dejado acumular y retirarla semanal o mensualmente.
Estas responsabilidades de los sacerdotes tienen aplicaciones espirituales para nuestras vidas:
1.      Nosotros como sacerdotes del Señor tenemos también la enorme responsabilidad de mantener el fuego de Dios encendido en nuestro altar espiritual. La responsabilidad es absolutamente nuestra. Ésta responsabilidad no la podemos transferir a terceras personas, ni mucho menos, podemos culpar a otros de nuestra situación espiritual. La responsabilidad es nuestra, no de nuestros líderes, pastores, esposas, esposos, tanto usted como yo, tenemos ésta solemne responsabilidad de velar porque el fuego de Dios no se apague en nosotros.
2.      Para  mantener éste fuego encendido, debemos de ser diligentes en los asuntos espirituales, diligentes en la oración, en el estudio diario de la Palabra de Dios, en asistir a la congregación, el Apóstol Pablo nos dice que en lo que requiere diligencia debemos de ser fervientes en el Espíritu.
3.      Debemos de meterle leña a nuestro altar. Cada vez que nos dedicamos a leer las Escrituras, a escuchar una predicación o escuchamos alabanzas, estamos motivándonos para mantener el fuego encendido en nuestras vidas. Las Escrituras nos dicen que debemos de motivarnos a nosotros mismo, en una ocasión, David estaba desmotivado, pero el habla con su alma y le dice en el Salmo 103:” Bendice,  alma mía,  a Jehová, Y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice,  alma mía,  a Jehová,  Y no olvides ninguno de sus beneficios. Él es quien perdona todas tus iniquidades,  El que sana todas tus dolencias; Él que rescata del hoyo tu vida,  El que te corona de favores y misericordias; Él que sacia de bien tu boca  De modo que te rejuvenezcas como el águila”.
Finalmente, Pablo le dice a Timoteo “Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos”(2Tim.1:6). Esta responsabilidad es nuestra, nosotros somos los llamados a avivar el fuego de Dios en nosotros.
Lcdo. José Piza Nivela-

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